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Amarillo

Amarillo, jugador muy completo, de mucha fuerza y gran técnica, que durante nada menos que nueve temporadas defendió el lateral izquierdo (si bien muchas veces se reconvertía a interior por el mismo carril e incluso a mediocentro), y que como tantos otros jugadores gaditanos, llevó al club a los mejores éxitos de su historia, mérito que no se le terminó de reconocer en su momento como era debido. Entendía el fútbol como un deporte que había que jugar, no ver, y tras su retirada, desapareció totalmente del mundillo del balompié, motivo por el cual no disfruta quizás del recuerdo que tienen otros compañeros suyos de la época, algo que intentaremos remediar con esta pequeña biografía.

 

Llevado a hombros tras el primer ascenso a Primera (1983)

 

EQ. TEMP. EQUIPO CAT PJ G
79-80 CÁDIZ 2ªDIV. 9 0
80-81 CÁDIZ 2ªDIV. 30 0
81-82 CÁDIZ 1ªDIV. 34 1
82-83 CÁDIZ 2ªDIV. 34 1
83-84 CÁDIZ 1ªDIV. 30 0
84-85 CÁDIZ 2ªDIV. 25 4
85-86 CÁDIZ 1ªDIV. 32 5
86-87 CÁDIZ 1ªDIV. 36 1
87-88 CÁDIZ 1ªDIV. 25 4
88-89 SABADELL 2ªDIV. 21 1
89-90 MURCIA 2ªDIV. 27 0
90-91 MURCIA 2ªDIV. 5 0
91-92 RACING PORTUENSE 2ªDIV. B
92-93 SAN FERNANDO 3ªDIV.

 

 

Antonio Bermúdez Amarillo nació el 23 de octubre de 1960, en Cádiz capital. Desde que tiene uso de razón se recuerda jugando, y pronto empezó a jugar en diferentes equipos.

Sus primeros pasos como alevín los dio en un modesto equipo de la barriada de Puntales, el Pericueto. Amarillo tuvo la suerte de coincidir con una buena generación de niños, y el Pericueto decidió crear un equipo infantil, al que Amarillo accedió teniendo únicamente 11 años, cuando por entonces en dichos equipos había chavales de hasta 15.

El futbolista, que entonces desarrollaba un juego muy técnico por la banda izquierda, regateando y centrando continuamente, fue ganando en físico y habilidad, llamando la atención de los gestores del club Gayro, un equipo mucho más profesional, formado por varios empresarios dedicados a los muebles, y que contaban incluso con un campo y autobús propio, todo un lujo para una ciudad tan carente de instalaciones como es la nuestra. Así, Amarillo ingresaba en el equipo infantil dicha entidad, a los 14 años, siendo Paco Salido el entrenador de dicho equipo, y que conseguiría del gaditano un rendimiento espectacular.

El zurdo mantuvo su progresión, pasando de esta forma al equipo juvenil del Gayro, donde continuó su formación y mejoría hasta alcanzar la mayoría de edad. Era un momento crucial, en el que había que decidir si continuar, ya de forma profesional, con la práctica del fútbol, o por el contrario, abandonarlo para dedicarse a otra forma de ganarse la vida. Por fortuna para el cadismo, Camilo Liz supo ver las fantásticas aptitudes de Amarillo, y a pesar de contar con la edad mínima y de no haber pasado antes por los escalafones inferiores del club, se decidió a fichar a Amarillo, por el que incluso tuvo que pagar un traspaso, algo muy raro en la época, sobre todo por alguien tan joven y que demuestra la confianza que había depositada en él, y que devolvería con creces. Por aquel entonces los clubes estaban obligados a contar en sus plantillas con varios jugadores sub20, y Amarillo encajaba perfectamente en el perfil buscado.

 

 

La economía del Cádiz, como siempre, estaba al borde del colapso, y jugadores como él conformaban la base del proyecto: gente joven con talento, dispuestos a dejarse la sangre en el campo por su equipo, y a cambio de unos salarios muy bajos. Como el mismo Amarillo reconoce, “cuando uno tiene 18 años, ante una oportunidad así, firma lo que sea”. 

Su primer entrenador fue Roque Olsen, que si bien dio el OK al fichaje, luego no contó mucho con el gaditano. Para colmo, Amarillo sufrió una dolencia que le impidió disputar muchos encuentros: le salió un quiste en el tendón de Aquiles, y los médicos no daban con el problema, por lo que estuvo renqueante durante muchas jornadas, sin poder estar al 100%, hasta que por fin se descubrió el origen del problema.

No obstante, y pese a haber participado poco, Amarillo pudo impregnarse de la atmósfera que iba a definir a ese vestuario durante tantos felices años: compañerismo absoluto entre jugadores que tenían orígenes casi idénticos, que casi eran vecinos, que compartían las mismas alegrías y formas de vivir y pensar. Si a eso le sumamos la inexperiencia del joven jugador, tenemos a un chaval que tenía que frotarse los ojos para cerciorarse que lo que estaba viviendo no era un sueño. 

Sólo un año después, Amarillo pasó de ser un joven casi desconocido, a convertirse en titular indiscutible de un equipo que contra todo pronóstico, terminaría ascendiendo a Primera. El Cádiz seguía con las arcas vacías, y más que nunca se tuvo que explotar los recursos de la cantera para salir adelante. Milosevic no tuvo más remedio que arreglarse con lo que tenía, y vaya que si lo hizo. Uno de los puntales de este ascenso fue precisamente Amarillo, genial por la banda izquierda. A pesar de que como decimos, el gaditano venía de actuar casi toda su vida como interior muy técnico que continuamente se permitía filigranas de toda clase, en el famoso partido del ascenso en Elche, Milosevic tuvo que alinearlo como lateral. A partir de aquel día, y durante las siete temporadas que aún iba a permanecer en la disciplina cadista, jugaría ya siempre en esa posición, ante las exigencias de la plantilla cadista le obligaron a adaptarse al lateral, algo que consiguió a la perfección, ya que se trataba de un futbolista muy versátil, y que tenía mucho recorrido. No era extraño verlo subir muchas veces a apoyar a su interior, algo que entonces apenas se estilaba.

De esta manera Amarillo veía cumplido un sueño y recompensados sus esfuerzos y sacrificios: no en vano, clubes tan importantes como Sevilla primero (a la edad de 15 años) y Barcelona después (poco antes de cumplir los 18) habían preguntado por él para ficharlo, pero Amarillo tuvo que permanecer en Cádiz junto a su familia. El poder triunfar en el equipo de su tierra colmaba sin duda sus expectativas y hacía olvidar aquellas oportunidades que hubo que dejar pasar. 

 

Capitán en la temporada 87-88
(su última en el equipo amarillo)

 

Amarillo apenas podía creer cuando pudo por fin debutar con el Cádiz en Primera, en la temporada 81-82. Fue una experiencia sensacional, cargada de momentos inolvidables: aquel año el Cádiz se erigió en matagigantes, y todos los equipos grandes sufrieron en Carranza (Atl. Madrid, Ath. Bilbao, R. Madrid y Barcelona se fueron de Cádiz con lo mismo con lo que habían llegado, para locura colectiva de los aficionados), pero sin embargo, más allá del Puente Carranza, los amarillos sufrían muchísimo. Como el mismo Amarillo cuenta, “éramos inexpertos, y en Primera muchos campos parecían aeropuertos, sufríamos muchísimo fuera de casa. Entonces las diferencias entre equipos de arriba y los de abajo era mucho mayor a la de hora, y los arbitrajes no tenían nada que ver: el grande tenía que ganar siempre”.

En la temporada 82-83, como ocurriría muchas veces a lo largo de su carrera, vio como el club fichaba a un jugador de fuera con el que tendría que competir por jugar. En esta ocasión sería Generelo, que en los primeros partidos relegó al gaditano a la suplencia. Sin embargo, como terminaría ocurriendo durante su larga etapa como cadista, Amarillo terminaría imponiéndose para hacerse dueño y señor del lateral izquierdo, como así fue. De esta manera, puso su granito de arena para que el Cádiz, cual yo-yo, volviera de nuevo a subir a Primera División. 

Y así, Amarillo fue viviendo ascensos y descensos, siendo siempre titular para todos los entrenadores que pasaban por el banquillo cadista: Joanet, Milosevic, Vidal, …Aunque entre los muchos entrenadores que tuvo el gaditano, hay uno que siempre recuerda con mucho afecto, y que es Paquito, que consiguió, en la temporada 85-86, la primera permanencia en Primera del Cádiz. Este técnico hizo a recordar a Amarillo sus años más jóvenes en los que su juego se basaba más en driblar al rival, que en evitar la filigrana del contrario de turno. Esa temporada el zurdo pudo practicar un fútbol más técnico, y fue encargado de lanzar las faltas. Así se entiende que aquella temporada hiciera nada menos que cinco goles, una cifra altísima para un jugador de su posición y que militaba en el más modesto de los modestos.

En la temporada siguiente, la 86-87, más conocida como la de la liguilla de la muerte, una vez más, Amarillo volvió a ser determinante, y disputó la gran mayoría de partidos. Si bien, su rodilla empezó a dar muestras de agotamiento y desgaste, y terminó por jugarle una mala pasada, lo que le obligó a pasar por el quirófano, una lesión que marcaría el resto de su carrera deportiva.

Por fortuna para él, el verano siguiente, llegó a la nave cadista el uruguayo Víctor Espárrago, según Amarillo, “uno de los hombres más profesionales que he visto en el mundo del fútbol”. Precisamente, una de las cosas que diferenció a Espárrago de sus antecesores era que contaba con su propio equipo técnico, entre los que se encontraba el preparador físico Turren, figura que sería fundamental para Amarillo. El también uruguayo estuvo al lado en todo momento de un Amarillo que sufrió mucho en la pretemporada, debido a que aún se estaba recuperando de la operación de rodilla que había sufrido. 

Sin embargo, preparador y entrenador supieron tener paciencia con él y ayudarlo a recuperarse. Amarillo, ya erigido como capitán por sus compañeros, fue entrando en el equipo, pero no con tanta asiduidad como en él era costumbre. El tendón rotuliano requería constantes cuidados. Víctor Espárrago, cuando vio que la salvación era ya un hecho, decidió darle descansos a Amarillo, algo que su rodilla agradecía como agua de mayo.

A la conclusión de esta campaña, expiraba el contrato del gaditano, que empezó a pensar en su futuro. El Cádiz le ofreció firmar por cinco años más, lo que significaría retirarse en Carranza, pero Amarillo rechazó la oferta. Ya había firmado cuando era joven, presa de la inexperiencia y la ilusión arrolladora, un contrato muy largo por una cantidad muy escasa, y ahora tenía ante sí una situación muy parecida, por lo que muy a su pesar, decidió buscar suerte lejos de su Cádiz natal. 



En el Nou Camp

Uno de los primeros equipos que mostró interés por Amarillo, cuando aún no estaba la liga concluida, fue el Sabadell, entonces militante en Primera División. El jugador se precipitó en su búsqueda de cambiar de aires y mejorar sus condiciones, y lo lamentaría poco después. Víctor Espárrago, tras su rendimiento en Cádiz, fue fichado por el Valencia. Una vez allí, intentó hacerse con los servicios de un emergente Cortijo para el lateral izquierdo, pero dado que no se pudo llegar a un acuerdo con Irigoyen para el traspaso, se pensó en Amarillo como segunda opción. Cuando éste recibió la llamada del Valencia, casi se le vino el mundo encima, por haber firmado ya con la entidad catalana. El jugador intentó rescindir el contrato firmado con los blanquiazules, pero el presidente del Sabadell, aunque entendiendo perfectamente las razones que esgrimía Amarillo, cerró la conversación de forma tajante: “lo siento, pero los contratos están para cumplirlos”. La misma respuesta se encontró cuando volvió a intentarlo tras recibir la llamada de Ramón Tejada, secretario técnico del Betis. Pese a las dos suculentas ofertas recibidas para jugar en importantes clubes de Primera, Amarillo tuvo que hacerse a la idea de tener que pelear en Segunda por ascender de nuevo, esta vez con otra camiseta.

Por desgracia, el fantasma de las lesiones siguió persiguiéndolo, esta vez en la otra punta de España. A la mitad de la temporada aproximadamente, sufrió una rotura de cartílagos, nuevamente en la rodilla, y por segunda vez tuvo que operarse para curar su dolencia, por culpa de la cual no pudo ya disputar la segunda mitad del campeonato.

Para colmo de males, el Sabadell no conseguiría ascender. Por este motivo, la directiva catalana esta vez sí, dio permiso a Amarillo para abandonar el equipo, y el gaditano decidió firmar por el Murcia, que también tenía la ilusión de subir a Primera. Allí se encontró con viejos conocidos, como los hermanos Mejía.

La primera de sus temporadas en La Condomina fue muy buena a nivel personal, ya que una vez más, y una vez dejada su última lesión atrás, fue asiduo de las alineaciones como lateral izquierdo. Felipe Mesones, técnico del equipo pimentonero, confió en él para el puesto. Pero su segunda campaña a orillas del Segura fue todo un desastre. Apenas había empezado la competición cuando cayó lesionado de su tobillo, víctima de una entrada brutal a destiempo y sin sentido, que aún pone los pelos de punta a Amarillo cuando la recuerda.

Lo que parecía una lesión recuperable a medio plazo, terminó por dejarlo en el dique seco toda la temporada. Cuando parecía que empezaba a mejorar los dolores volvían otra vez, y nadie parecía dar con la solución. Eran otros tiempos, y ni el fútbol ni la medicina deportiva estaban a la altura que hoy los conocemos. En plena desesperación, el jugador llegó a consultar a varios curanderos, y es que empezaba a temer incluso no ya que pudiera volver a jugar, sino que le quedara esa dolencia de por vida. Finalmente, el doctor Guillén, hoy conocido a nivel mundial, dio por fin con la tecla: se había fracturado un pequeño hueso del tobillo. Lo que otros no pudieron descubrir en semanas, él lo vio a la primera: infiltró al jugador y lo mandó de nuevo a entrenar: “entrena mañana y me cuentas como vas, pero ya te he reservado hora en el quirófano”. Efectivamente, pasado el efecto de la anestesia, y cuando Amarillo creía que el milagro se había obrado, volvieron los terribles dolores. Una sencilla operación puso por fin cerco a la lesión, de la que nunca más volvió a saber. 

No obstante, Amarillo empezaba a plantearse colgar las botas. Decidida ya su salida del Murcia, tenía prácticamente decidido regresar a Cádiz y dejar el fútbol atrás, cuando recibió una oferta muy importante económicamente del Orihuela, al que había llegado un empresario que estaba tirando la casa por la ventana. Sin embargo, dicho empresario pegó la “espantá”, dejando tirados a los futbolistas que habían firmado sus contratos. Así pues, Amarillo decidió que aquello había sido la última página de su carrera, y decidió retornar a Cádiz, para atender los negocios que había comenzado años atrás.

Una vez allí, y por matar el gusanillo y recuperar el tono físico perdido por culpa de su última lesión, decidió entrenar con el Racing Portuense. Faltando cuatro meses para el final de liga, la directiva racinguista le ofreció jugar en el equipo, y Amarillo aceptó. 

Parecía que sería el episodio final a su carrera, pero aún quedaba un último paso. Para la temporada 92-93, entró en la disciplina del San Fernando, tras recibir la llamada de Superpaco, mítico portero del Cádiz, que estaba alistando a sus viejos compañeros en el club amarillo para intentar el ascenso a Segunda B del club azulino. Amarillo fue incapaz de decirle que no a su excompañero, y se embarcó en la aventura, aunque ya más como un hobby que como la competición tal y como él la conocía.

Pese a su aportación, el San Fernando no pudo abandonar la Tercera División, y esta vez sí, Amarillo puso el punto y final a su trayectoria, pasando a la historia como uno de los jugadores que más veces ha defendido nuestros colores. Su desvinculación del fútbol fue total, y hoy apenas ve algunos partidos al año, si bien le sorprende y alegra a partes iguales el comportamiento de la afición cadista hoy: “pone los vellos de punta ver el campo lleno, como aplauden y animan incluso cuando se desciende. En mi época, eso era algo impensable”.

 

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j.a. garcia tey

14/08/2012
12:32
por suerte me toco entrenar con el y recuerdo que me convocaron para un trofeo con el aguila de sanfernando y me dijo que ases aqui tey yo le dije que me avian convocado sin tener la edad y me dio vida cuando me dijo asombrado esoesbueno tey eso es bueno que se vallan fijandose en ti
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CREACIÓN FICHA: 17/09/2007

ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN: 17/09/2007

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